viernes, 13 de mayo de 2011

Atenas- Agosto 2010

A la sombra de la historia, cobijada de la tórrida experiencia milenaria, sudando estoas-hefesteones-panatinaicos, abanicando brisas canoras de grillos, entremirando desde el ágora popular la colina inmortal donde  la Partenos, (virgencita ella) recibía ofrendas, cual impuestos democráticos… una rosa de desiertos liba, entre cipreses y olivos, la Atina  que conmueve.  

Porque la otra sigue sin enamorarme.  Pensé que en este segundo viaje a la capital helena le encontraría ese aura que debería tener un lugar que ha sido cuna de muchas cosas, pensamientos, heroicidades, arte con alfa mayúscula, Pero no lo consigo. Y me hincho a mousakas y fetas, y mercadeo  oros bajos y pastillas de jabón de oliva, y adecúo mi pausada y contoneada marcha al ritmo de sensuales sirtakis, y me siento Aphrodita con su Adonis.   Pero no, no, no. Cuando salgo a ver amanecer al balcón de mi hotel (excéntrico el, por su situación, no por su carácter) tengo ante mi una ruinosa azotea patera que me golpea el ánimo.  La degradación del lugar, con siete años de diferencia, es evidente. Aunque yo no hago ascos al tercer mundo pues en el he disfrutado mis mejores viajes, ver la Grecia Comunitaria, la que luchó porque Persia se quedara fuera,  como refugio innoble de marginales que trapichean miedos, me supera.  Y se cuece algo que no es Giaourti kai meli. Está necesitada de un Pericles que le de el resplandor que merece. Que Europa la ayude o que el Pantócrator la juzgue.

Atenas tiene un color, el azul plano de la mirada de sus nativos. No tiene brillo, ni relieve, ni frio ni calor. Solo decoran el paisaje. Y si eres mujer con marido, ni te miran. Con ese pigmento están teñidos mar, cielo, bandera, y los acordes del bouzuki. Entran en tu alma con dignidad, orgullo y sobriedad.

Para completar la paleta, el negro, de sus viudas, santiguadoras de dirección inversa, ante iglesitas recoletas donde las velas se hunden en arena de playa.

Olor y sabor a gloria. La de sus comidas, innombrables y poco vistosas, sorprendentes siempre, que hacen que el souvenir más duradero que te traigas sean michelines y panzas contentas.  

Piedras milenarias, evocadoras de deidades, héroes y filósofos. Palabras Dionisias y coraza hoplita, incestos divinos y atletismo virtuoso. Mucha imaginación, agua y sombreros para sentirte en el Olimpo, o mejor aún, en el ágora  de la plebe democrática.




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--¿Vinieron caminado desde Maratona? El vendedor de tickets de la entrada al túmulo nos mira sorprendidos. --Solo son cuatro kilómetros-- Digo pidiendo casi perdón.
--Ohhhh... ¿y no tienen coche?
--Vinimos desde Atenas en autobús. Nos dejó en el pueblo, junto al mar.
--¿Y caminaron hasta aquí?
--Néee-- Que es SI en griego cabreado

Además de sentirme avergonzada, no comprendo porqué se extraña. ¿no se hizo el lugar famoso por los 42 kms. recorridos (más bien corridos) por Filípides con coraza, que nosotros solo portamos cámaras y aguamuchaagua, y no pensamos morirnos al finalizar el trayecto. Claro que aquello hace mucho tiempo. Ahora los maratonianos van en coche hasta la panadería.

Para los pocos nativos (que preguntamos) conocedores de la ubicación del túmulo, tiene un significado menos deportivo. Dentro de unos días se cumplirán 2.500 años de la madre de todas las contiendas bélicas.

--¿Y seguirán andando hasta el museo, a 6 km de aquí?
--Solo nos interesa el lugar de la batalla-- Aquí tengo que escenificar dando puñetazos la palabra porque mi pronunciación es horrible.

En una hora 6.400 persas murieron en el ataque embravecido de los hoplitas atenienses. Solo causaron 192 bajas, que están enterradas bajo la colinita artificial que contemplo.

--Ahhh the batle.
--Yes the batle

La simplicidad del mausoleo me emociona. Se dice que de noche se oyen los quejidos medos. Imagino los arqueros intentando inútilmente rechazar el ataque veloz. Y las lanzas atenienses ensartando como una ristra de ajos las ínfulas de Darío.

--Perderán el dinero de la mitad de la entrada si no van a ver el museo.

La costa estaba más cerca entonces. Allí fondearon 600 naves persas con miles de caballos. Hoy es una tranquila playa familiar con chiringuitos y olor a sardinas asadas.  

--No, volvemos a Atenas.
--Hay cascos de guerreros.

Mi marido, colector de históricos escenarios bélicos tiene lo que ha querido ver. Yo, pensando que no se qué vinieron a buscar los persas aquí, si no es la excelente tarta de manzana que me acabo de comer, (pues ni paisaje ni agua playera merecen tanto despliegue), miro la sencilla estela que representa un guerrero ateniense caído, y me enorgullece haber rendido honores a los valientes que dieron su  vida porque las fronteras de Asia no estuvieran hoy en Algeciras y yo me pueda llamar demócrata.

--Felicidades -- y el funcionario no me comprende.



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El café frapé que tomo en la terraza del nuevo Museo de la Acrópolis, al pie de la histórica colina,  revitaliza mente y cuerpo. Es de esas cosas que dices, allá donde fueres haz lo que vieres. No es de mi gusto beber este café griego,  que ni helado, ni caliente en el desayuno del hotel excéntrico me satisface. Pero es generalizado su consumo y te entran ganas de descubrir qué misterioso ingrediente ponen para crear hábito. En todo caso, sube mi tensión, que ya está por los suelos, tras tantas piedras ardientes y cavilaciones socráticas.

El edificio del museo es impresionante. Demasiado grande para las obras que exhibe (las mismas que se podían visitar cuando estaba en la Acrópolis). Esperarán  que Berlin y Londres devuelvan lo que se llevaron. Aunque estos dicen que santaritarialoquesedanosequita, deberían hacer un favor a la cultura y juntar todas las piezas en su ubicación original



Otra vez mi favorita ha sido el pequeño relieve en mármol de Atenea, la diosa de la sabiduría, las artes, la estrategia  y la guerra justa. En actitud pensativa, de lamento, con el casco echado hacia atrás, apoyándose en la lanza, mira una estela funeraria. La primera vez que la contemplé, hacía pocos días que había comenzado la invasión estadounidense en Iraq, con la ayuda de mi país. Me emocioné tal como ahora. La sabiduría, las artes, deberían primar sobre las guerras injustas. Atenea Partenos está necesitada de ofrendas. La mía, una frase que no es mía, sino de Parménides, filósofo de la Magna Grecia: “La guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos.”

Un trago de café desanuda mi garganta. En primer término veo la embajada española, tan blanquita y bien situada ella. Allí he conocido a Ana, la amable y eficiente funcionaria de la embajada española, a quien hemos visitado para agradecerle su ayuda en el tema de la documentación de Bernard. Asturiana ella, se ha alegrado al ver la camiseta con la cruz de Pelayo que lleva puesta mi marido, descendiente de sanmartindelasprenses. Medio griega de corazón y familia, aconseja con cariño lugares especiales de Atenas... y que tengamos cuidado en el metro con los carteristas.  

Encima de la embajada,  la mole que domina la ciudad y justifica un viaje, o tres, a esta ciudad insulsa.  Surge la cuestión, si restauraran el Partenón, ¿nos seguiría admirando? ¿Fue la explosión del polvorín en la época de venecianos y otomanos, un castigo o una bendición de la diosa? Los viajeros románticos queremos que siga igual, tan roto como se pueda mantener en pie, tan evocador como pueda sugerir emociones.

                                                  * * * * * * *



El cambio de guardia ante la tumba del soldado desconocido es vistoso y coreográfico. El atuendo de los evzones tiene un toque hilarante. Los 400 pliegues de sus faldas representan los años de dominación otomana y los pompones negros, placas metálicas sonoras en los zapatos y gorros con largas trenzas (como las que peinaban los espartanos antes de inmolarse en las guerras) tuercen nuestros labios en medias sonrisas. Hay un soldado de infantería que les protege de los turistas. Be serious!!! Grita a los que posan con ellos en ademanes poco respetuosos. Luego  les seca el sudor con un pañuelo y arregla la vestimenta.

Me he quedado boquiabierta. Y algo térmica (por usar un vocabulario genuino). El superior estira lentamente, una a una,  las cintas que cuelgan de la parte delantera del faldón del centinela. Esos toques ciertos son respondidos con la mirada en el infinito del que daría su vida por proteger la llama eterna. Atardece en Sintagma y a mi se me entrecorta la respiración y el ánimo. Esa sumisión genera anhelo. No oigo ni turistas ni tráfico, solo soy voyeur  de las dominantes y a la vez  tiernas manos, entretenidas cinta a cinta, pliegue a pliegue...  en preparar el campo de batalla, en lidiar con lanzas poderosas, en vencer contiendas febriles… Me digo que esta no es mi guerra, pero no puedo apartar la vista del arma griega  enhiesta.

Estoy relacionando el cariñoso esmero, los dulces  toqueteos con la otrora bien vista homosexualidad y pederastia entre los soldados de la antigua Grecia. La falange hoplita se consideraba más firme y compacta si la formaban parejas de amantes. Los espartanos hacían sacrificios a Eros antes de entrar en batalla porque creían que su victoria dependía de la atracción erótica que ejercían entre ellos.      El amante era el responsable del entrenamiento militar del amado.

Coraje militar, pasión por ganar o morir. Lucha cuerpo a cuerpo. Creo que me estoy replanteando muchos conceptos beligerantes. De momento, esta noche peinaré mi trenza pelirroja y guerrearé  con el enemigo cubano.


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Primera hora de penumbra. El narizotas me mira desde su pedestal níveo. Me he refugiado del  embarullado mercadillo  ilegal de Panepistimio y estoy frente a la Academia (centro del saber, el pensar y el investigar heleno), que comienza a iluminarse. Sócrates sedente, en  mármol, preside la galería de otros sabios que merecieron elevarse a la columnata neoclásica. Junto a mí, un sudasiático oculta su mercancía (sostenes enormes,  coloristas,  emperijoyados) en un pañuelo-fardo que acaba de recoger apresuradamente. Sigue la dirección de  mi mirada y se detiene en la estatua. Debe pensar que el barrigón de ojos saltones es una deidad occidental y yo una devota mística que, cual Santa Teresa, se extasía en su contemplación y vivosinvivirenmí. La blanca piedra refleja el atardecer y da a la imagen una rosada luz que cautiva.   Sócrates medita sobre la estrafalaria escena (quasi silogismo sofista tipo “los griegos están en crisis, Grecia está en Europa, Luego todos las europeas tienen las tetas grandes”)  

Este ateniense austero, con su método dialéctico, planteando temas y analizando preguntas y respuestas, inició la más genuina religión griega… la filosofía. ¿Y porqué le doy ese carácter divino, siendo el tan  metafísico y negador de dioses explícitos, que además fue condenado a muerte por despreciarlos? Porque los ateos necesitamos un dios… tanto como un demonio y una tableta de chocolate negro.

El filipino medio enseña su mercancía esperando una reacción por mi parte. Ha elegido un mal momento; no estoy para lencería fina sino para disquisiciones mentales.

El creyó en el hombre, en que no desea el mal, que su virtud es conocimiento  del bien, llegando a través del diálogo a la justicia. Que todo vicio llega por la ignorancia. Que un hablar es mejor que mil palabras escritas. Que las discusiones siempre son positivas….  Justicia, bondad, virtud. ¿Para qué se necesitan los dioses? No hay espacio para religiones. .. Solo caben el hombre y la sabiduría.

La policía está haciendo redada y soy testigo de un sálvesequienpueda. Pronto solo quedarán un grupo de turistas japoneses y mi marido haciendo fotos con trípode.

Ahora siento escalofríos… tanto darle al coco me deja helada. Los abultados ojos de Sócrates  parece que me dicen… ¿y para qué? Eso digo yo, para qué tanta filosofía, tanta reflexión, tanta cicuta on the rocks… si lo que gana siempre es la superstición, y su versión más erudita… la religión.

Hablemos de miedos. Hoy he tenido una anécdota que siempre llevaré en mi recuerdo y mi muñeca. Paseando por Plaka me ha abordado un griego diciendo pandorapandorapandora. Pensando yo en la caja de todos los males me he sobresaltado. Pero noooo, hablaba de  mi pulsera. Me lleva a su tienda, joyería elegante, distribuidora de esos abalorios daneses que hoy en día encandilan a todas las féminas.  Me cuenta que el tiene la pieza que yo necesito (eso me recuerda cuando en Cuba, en el 98,  los jineteros me decian que ellos eran la solución para mi). Un ojito de la suerte. Ahora ya ha descubierto que soy española y la conversación continúa en un perfecto castellano. El ojito me protegerá de todo mal, especialmente la envidia cochina. Ya me había convencido mucho antes de todo eso, pero le dejo venderme la pieza. Ahora me recuerda al colega turco que me endilgó aquella alfombra diciendo que las piñas representadas eran  talismanes para la prosperidad (seguro que no se refería al tejido, que pronto se deshilachó).  Mi marido se apunta al regateo y sumamos al pack una cruz plateada, que enseguida se cuelga al cuello.    

Y digo yo… ¿por qué me creo lo del ojo bizantino-otomano y no a tipos tales como Zeus, Cristo o Aristóteles? Confiar en ellos también protege del miedo, la enfermedad, la miseria. ¿La cruz sirve de algo a un cubano casinocreyente? Solo son escudos a los reveses de la vida, muletas para  las inseguridades del día a día.  

Como no me sé responder socráticamente al tema,  y a la cámara de mi marido se le ha acabado la batería, abandonamos la Academia, dejando abierto el debate para otros momentos más cálidos y otros lugares menos pétreos.


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